Esa tarde tras las clases me había ido directo a una librería
aprovechando que Ney estaba últimamente demasiado ocupado para estar siempre
tropezando conmigo. Y cuando digo tropezar, no me refiero a otra cosa que no
sea largar sus estúpidos comentarios racistas, homofóbicos y en general
irrespetuosos. Como por ejemplo cuando a una de mis mejores amigas, de quien el
también a fuerza de presencia deseada o no, se había hecho de alguna forma
amigo de ella. Sarah era mi vecina antes de casarse. Es muy joven, solo algunos años mayor que yo pero aun así tiene
un hijo que tuvo cuando ambos íbamos a la misma escuela, aunque ella ya terminándola.
Yo no soy quien para hablar de algo tan personal e intimo sobre ella, pero diré
sabiendo como fueron mas o menos las cosas que su hijo fue parte del resultado de varios hechos horribles que aunque ella no lo diga,
estoy seguro que de alguna forma le marcaron la vida. Un día hablando con Sarah delante de Ney,
ella mencionó no recuerdo qué cosa sobre su hijo. Me parece que tenía que irse
a buscarle o algo así cuando en eso Ney la interrumpió:
-¿Qué? ¿hijo?
-Si, mi bebe…
-¡No te lo creo! –interrumpió de nuevo Ney. Y yo ya me temía que nada bueno resultaría de allí.
-¡No te lo creo! –interrumpió de nuevo Ney. Y yo ya me temía que nada bueno resultaría de allí.
-Pues sí, tengo un hijo.
-¡Pero eres joven aun! Bueno… eres muy joven realmente.
No te lo creo.
Sarah sonrió y le dijo que si, pero que lo había tenido
adolescente y el respondió diciéndole que sabía que lo había tenido
adolescente: que ella era una calentona.
Ella en respuesta simplemente se fue y yo avergonzado por el asunto, molesto, le retiré la palabra a ese cabeza
hueca. Realmente estaba harto de que siempre anduviera señalando a la gente, de
que estuviera siempre de alguna forma haciéndose la victima y que fuera tan
irrespetuoso; allí el por qué Ney en esos días estuvo tan ausente en mi vida. O
tal vez ausente no sea la palabra… mas bien yo le aparté a partir de ese
momento de mi vida, por lo que ahora disfrutaba de una paz que, aunque parezca
exagerado, hacia tiempo que por culpa de Ney no tenia. ¿Qué mejor manera de
disfrutarlo que en una librería? En ella había también una pequeña cafetería y
el olor a café y vainilla me relajaba tanto; si el paraíso existe, tiene que
ser una enorme librería con libros de todo tipo, con zona para fumar y grandes ventanales que den a la orilla de un rio o lago.
Anduve olvidado de mi mismo entre los pasillos de aquel
lugar, mi templo, dejándome atrapar por esos personajes ocultos tras cada
cubierta de libro y el olor que de cada pagina se escapaba, cuando de pronto
alguien atrapó mi cintura en un abrazo demasiado intimo, dejándome sin escapatoria entre su
cuerpo y los libros. Pensé en pegarle con el libro que tenía en la mano pero
antes de que pensara en algo más, el sonido de una voz en mi oído… me desarmó.
-Gustav.
¿Desde cuando mi nombre se oía tan bien? ¿Qué era eso que
sentía? Era como una debilidad y al mismo tiempo fuerza. Era como… una enorme
necesidad de darme por vencido cuando ni siquiera estaba luchando.
-¿Ángelo… que haces aquí?
Dije sin poder siquiera respirar porque para mi sorpresa
y total desconcierto en ese preciso instante… yo deseé ser suyo. Recordé como comía, tomando incluso las migas de su sandwich con un dedo que lamia, para luego llevarsela a la boca y dejar que la miga desapareciera en su lengua: yo quise ser una miga de esas que desaparecian en su interior, detras de sus dientes, mojadas de saliva.
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