0:27

Historia de una obsesión (5)






Esa tarde tras las clases me había ido directo a una librería aprovechando que Ney estaba últimamente demasiado ocupado para estar siempre tropezando conmigo. Y cuando digo tropezar, no me refiero a otra cosa que no sea largar sus estúpidos comentarios racistas, homofóbicos y en general irrespetuosos. Como por ejemplo cuando a una de mis mejores amigas, de quien el también a fuerza de presencia deseada o no, se había hecho de alguna forma amigo de ella. Sarah era mi vecina antes de casarse. Es muy joven, solo  algunos años mayor que yo pero aun así tiene un hijo que tuvo cuando ambos íbamos a la misma escuela, aunque ella ya terminándola. Yo no soy quien para hablar de algo tan personal e intimo sobre ella, pero diré sabiendo como fueron mas o menos las cosas que su hijo fue parte  del resultado de varios  hechos horribles que aunque ella no lo diga, estoy seguro que de alguna forma le marcaron la vida.  Un día hablando con Sarah delante de Ney, ella mencionó no recuerdo qué cosa sobre su hijo. Me parece que tenía que irse a buscarle o algo así cuando en eso Ney la interrumpió:

-¿Qué? ¿hijo? 

-Si, mi bebe…

-¡No te lo creo! –interrumpió de nuevo Ney. Y yo ya me temía que nada bueno resultaría de allí.

-Pues sí, tengo un hijo.

-¡Pero eres joven aun! Bueno… eres muy joven realmente. No te lo creo.

Sarah sonrió y le dijo que si, pero que lo había tenido adolescente y el respondió diciéndole que sabía que lo había tenido adolescente: que ella era una calentona.  Ella en respuesta simplemente se fue y yo avergonzado por el asunto,  molesto, le retiré la palabra a ese cabeza hueca. Realmente estaba harto de que siempre anduviera señalando a la gente, de que estuviera siempre de alguna forma haciéndose la victima y que fuera tan irrespetuoso; allí el por qué Ney en esos días estuvo tan ausente en mi vida. O tal vez ausente no sea la palabra… mas bien yo le aparté a partir de ese momento de mi vida, por lo que ahora disfrutaba de una paz que, aunque parezca exagerado, hacia tiempo que por culpa de Ney no tenia. ¿Qué mejor manera de disfrutarlo que en una librería? En ella había también una pequeña cafetería y el olor a café y vainilla me relajaba tanto; si el paraíso existe, tiene que ser una enorme librería con libros de todo tipo, con zona para fumar y grandes ventanales que den a la orilla de un rio o lago. 

Anduve olvidado de mi mismo entre los pasillos de aquel lugar, mi templo, dejándome atrapar por esos personajes ocultos tras cada cubierta de libro y el olor que de cada pagina se escapaba, cuando de pronto alguien atrapó mi cintura en un abrazo demasiado intimo, dejándome sin escapatoria entre su cuerpo y los libros. Pensé en pegarle con el libro que tenía en la mano pero antes de que pensara en algo más, el sonido de una voz en mi oído… me desarmó.

-Gustav.

¿Desde cuando mi nombre se oía tan bien? ¿Qué era eso que sentía? Era como una debilidad y al mismo tiempo fuerza. Era como… una enorme necesidad de darme por vencido cuando ni siquiera estaba luchando.

-¿Ángelo… que haces aquí?

Dije sin poder siquiera respirar porque para mi sorpresa y total desconcierto en ese preciso instante… yo deseé ser suyo. Recordé como comía, tomando incluso las migas de su sandwich con un dedo que lamia, para luego llevarsela a la boca y dejar que la miga desapareciera en su lengua: yo quise ser una miga de esas que desaparecian en su interior, detras de sus dientes, mojadas de saliva.

0 comentarios:

Publicar un comentario